El último morisco

Tal día como hoy, el 1 de octubre de 1578, Moría en Namur (Flandes) Don juan de Austria

Hijo natural del emperador Carlos I de España y una joven bávara, don Juan de Austria fue reconocido por su padre y educado en la corte. En abril 1569, su hermanastro el rey Felipe II lo pone al frente del ejercito real que sofocará la revuelta de las alpujarras.

La muerte del héroe de Lepanto está envuelta en las brumas de la historia ya que, aunque la mayoría coincide en culpar al tifus los expertos no se ponen de acuerdo sobre la causa principal que le llevó a la sepultura con tan solo 31 años.

 

Aquí abajo dejo un extracto de “El último morisco” que saldrá a la venta el día 1 de noviembre en el que aparece el legendario don Juan de Austria.

18 de enero de 1570, Huéscar, reino de Granada.

Don Juan de Austria se volvió hacia el sujeto de edad avanzada que cabalgaba detrás de él y no pudo evitar sonreír al verlo cabecear al ritmo de su montura.

Don Luis, no os quedéis ahí atrás, tragando polvo.

Luis Méndez de Quijada dio un respingo y abrió los ojos. Hombre de confianza de Carlos I, había sido uno de los pocos conocedores de la existencia de su hijo bastardo. Sintiendo el final próximo, el Emperador le había confiado el niño para su educación. Doña Magdalena de Ulloa y él, que no tenían descendencia propia, acabaron encariñándose con el chiquillo como si fuera de su sangre. 

Don Juan era un joven de gran apostura. Lucía pelo trigueño, bigote rubio y unos ojos claros, herencia de su madre bávara, que hacían suspirar a todas las doncellas de la corte. Quien lo conocía bien sabía que, a diferencia de su hermanastro, gozaba de los horizontes despejados y del contacto con las gentes sencillas. 

Desde que tres semanas antes el flamante capitán general saliera de Granada al frente de una hueste de nueve mil infantes y setecientos caballeros, el enemigo se había batido en retirada. El empuje de los experimentados tercios italianos y el arrojo de la caballería habían desbaratado cualquier intento de resistencia morisca. Las banderas del islam que habían ondeado en muchas poblaciones del levante granadino acabaron pisoteadas al paso del ejército real en su aproximación a la villa de Galera, donde Jerónimo El Maleh mantenía a raya a las tropas de un frustrado marqués de los Vélez.

Habladme de don Luis Fajardo —pidió el hermano del rey en cuanto Quijada se puso a su altura.

    —Es enérgico y emprendedor. De hecho, de no ser por su decisiva intervención al principio de la revuelta, quizás Abén Humeya se habría apoderado de todo el valle del Almanzora. ¿Verdad, don Luis?

Luis de Requesens, comendador mayor de Castilla, que cabalgaba delante de ellos, se volvió sobre la silla.

Tenéis razón, aunque también es impaciente, temerario, áspero en el trato y harto soberbio. No se tomará bien la noticia. Sin embargo, sabe cuál es su lugar.

Don Juan arrugó la frente al oír el comentario. Había decidido informar al marqués de su destitución cara a cara. Pretendía así evitar, la humillación a un fiel servidor de la Corona.

Mmm… Por lo visto, voy a tener que lidiar un toro terco y resentido. 

¡Vienen a recibirnos! —exclamó Luis Méndez de Quijada al ver acercarse un grupo de jinetes—. El grandullón al frente es don Luis Fajardo de la Cueva.

El capitán general sintió que las palmas de las manos se le humedecían.

La sangre del marqués de los Velez, en cambio, hervía.

Si ese figurín se cree que me va a tener de mamporrero, se equivoca —masculló—. Aunque la sangre del Emperador corra por sus venas, no deja de ser un bastardo nacido de una plebeya tudesca.

Don Diego Fajardo, su hijo, que cabalgaba a su lado, carraspeó incómodo. 

Padre, el rey le tiene especial aprecio a don Juan. Lo mejor sería evitar cualquier provocación.