El último morisco

Buenas tardes.

Durante los años que estuve escribiendo la novela El último morisco, llegué a residir en 4 países diferentes.  

A medida que avanzaba en la trama y aparecían nuevos personajes las estaciones se sucedieron implacablemente. 

La única constante a lo largo de todo ese tiempo fue la música de fondo que utilizaba para aislarme acústicamente de mi entorno y sumergirme en un ambiente que estimulara mi creatividad.

Hoy me gustaría animaros a pensar en la música que escuchaba mientras escribía las escenas de los dos escenarios principales de la obra: El reino de granada y el Maresme, en Cataluña.

¿Te atreves? 

Mandame un mensaje y te diré si has acertado.

Para ayudar a situarte, me voy a permitir describir brevemente una escena de cada lugar.

Octubre de 1557, Sorbas, reino de Granada 

Al regresar, Khalíl se encontró a su padre acuclillado frente a la puerta de la casa. Al ver la fusta apoyada en la pared, la espuerta le resbaló de entre los dedos. El rostro severo de Yúsuf se ensombreció aún más y, con un gesto seco, conminó a su hijo a acercarse. El niño dio unos pasos, pero se detuvo fuera del alcance de la vara.

—¡Ven para acá! —Khalíl tragó saliva—. ¡Extiende las manos!

Buscando alguna señal de clemencia, el chiquillo clavó sus ojos color miel en los de su progenitor, pero este lo sujetó del brazo y le azotó con la vara en las palmas y los muslos. Su padre se quedó mirando cómo, aullando de dolor, caía sobre el empedrado del zaguán. Dando por terminado el castigo, recogió las hojas de morera y entró en la casa. Atrancó la puerta tras él.

Khalíl se quedó acurrucado, sintiéndose el más infeliz de los niños, hasta que unas cabras rompieron la quietud del atardecer con sus balidos y campanillas. Levantó la cabeza y vio que se acercaba la pastora. Se incorporó. Con el dorso de la mano, trató de borrar los surcos húmedos de sus mejillas.

Marzo de 1563, costa del Maresme, Principado de Cataluña

Dídac y Jaume Martí salieron de la cabaña cargados con sus herramientas. Pronto se haría de día. El aire olía a mar. A lo lejos se podían distinguir los faroles de las barcas que regresaban de faenar y se dirigían a la playa de Mataró, una villa situada diez leguas al norte de Barcelona.

Padre e hijo atravesaron huertos y viñedos y ascendieron por la margen de la riera de Valldeix. Tenían por delante una larga caminata hasta la cima del Montnegre, donde se ganaban la vida talando árboles, por lo que antes de atacar el escarpado tramo final pararon en la Font del Pericó para beber un trago de agua fresca.

Un perro ladró en la distancia. Al instante, los de las masías cercanas se le unieron en un coro de ladridos. El joven Dídac apretó el mango de su hachuela y se arrimó a su padre adoptivo. Jaume notó el gesto y lo atrajo hacia sí. Lo acontecido en la escalinata de la ermita de Sant Simó trece años antes seguía incrustado en algún rincón de la memoria del muchacho.

También  os daré una pista: en la fase final del manuscrito me tropecé con un grupo musical llamado

La Banda Morisca.   

Aquí os dejo el enlace para que disfrutéis de su música tan inspiradora

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